miércoles, 26 de marzo de 2014

No lo oí sonar

NO LO OÍ SONAR


Sólo se oía el grifo. Yo que me iba a saber que estaban tocando al timbre. El agua de la ducha amortiguaba todos los sonidos, incluido el del radiocasette que había puesto a todo volumen porque simplemente me apetecía cantar en la ducha. Así que el del timbre de la puerta era totalmente imposible oírlo en mi estado de abstracción absoluta por el calor y el vapor de la ducha; que no hacían otra cosa sino congestionarme más la nariz, acumulando CO2, que producía una extraña sensación de mareo, sueño y gustirrinín en mi persona.
Tampoco lo oí cuando salí de la ducha y me secaba el cuerpo con el albornoz. Entre la toalla enroscada en la cabeza, el agua en los oídos y Green Day sonando por lo alto, tampoco oí el timbre. Tal vez si no hubiese estado cantando yo a grito pelado con la música, lo hubiese oído, pero no se dio tal caso. Yo sólo me centraba en secar bien la piel de entre los deditos de los pies, mientras desafinaba en la mayor parte de las notas.

¿Y después? Tampoco lo oí. El secador hace demasiado ruido, no me oigo ni pensar cuando me seco el pelo, así que para oír un ring ring que no sé ni que está sucediendo de forma simultánea a esos pensamientos. El zumbido del secador siempre absorbe, y siempre absorberá, el aire de alrededor de la oreja, llevándose las ondas sonoras que debería entrar al oído y te devuelve en su lugar una turbina monótona, que parece que lo que vaya a despegar sea tu cabeza. Por eso, tampoco lo oí.
¿Mientras me vestía? Quizás no lo oí, entre la semisordera transitoria por la ruidera del secador y el tratar de escuchar los pensamientos que el trasto endemoniado hacia ininteligibles en mi propia cabeza, no le presté atención a la puerta.

¿Y entonces, cuándo lo oí? Pues no lo sé. No lo tengo muy claro, debió ser al ir a abrir la puerta del baño y que saliese todo el vapor acumulado. Entonces lo debí oír. Y corrí hacia la puerta, a abrirle a esa persona que tocaba al timbre. Pero cuando entorné la puerta, allí no había nadie.

¿Qué me encontré?: Nada. ¿Me importó?: ¿Realmente?, no.

Y dónde tanto ha esperado esa persona, ¿por qué no esperó unos instantes más?

Y, ¿quién llama tantas veces a un timbre? ¿Y cómo sé yo que fueron tantas veces? ¿A caso las oí? No. Siendo así, ¿por qué pienso que fueron tantas? Igual simplemente es que me hacía ilusión que alguien viniese visitarme hoy, que estoy sola en el piso. Alguien que tuviese algo tan importante para contarme, o tantas ganas de verme, que se hubiese venido de propio hasta mi casa y hubiese estado tocando al timbre con tanto ahínco y paciencia mientras yo me relajaba en el baño, con el agua caliente. Quizás sea mi propio subconsciente aburrido el que me hace creer que ha sonado el timbre de una forma desesperada porque no tengo ganas de estar sola… Sí… Quizás sea eso…


¿Y por qué no? Cogí una chaqueta, el bolso con cuatro cosas y las llaves. Cerré la puerta tras de mí. Y aquí me tienes… Llamando al timbre insistentemente sin que me abras…
Willkommen, bienvenue, welcome

Fremde, etranger, stranger


Bienvenidos a este pequeño rincón perdido de la mano de Dios en el que nos encontramos.

Este lugar no es más que un trastero, el cuarto de las cosas que no sabes dónde meter, en este caso, esas “cosas” son las ideas que han decidido desbordarse de mi cabeza porque ya no caben tantas y se han materializado en textos. Que para que no se pierdan como meras palabras al viento han decidido que se quieren quedar plasmadas en este blog.

Perdonad el desorden y el polvo, no suele pasarse mucha gente por mis ideas relacionadas con el arte que se enmarañan en mi cabeza, y hacía tanto tiempo que no les daba la luz y el aire…


Espero, poco a poco, ir organizando el embrollo que conforman para que podáis pasaros por mi Trastero personal y disfrutéis con él tanto como yo.